UNHCR - Office of the United Nations High Commissioner for Refugees

04/28/2024 | Press release | Distributed by Public on 04/28/2024 04:51

En Chicago, agricultores refugiados cultivan la esperanza y un sentido de pertenencia

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En el parque Albany de Chicago, un lote urbano que solía estar vacío se ha convertido en un animado espacio de comunión y crecimiento. Se trata del lugar en el que prospera Global Garden Refugee Training Farm, un sitio en el que cientos de familias refugiadas han encontrado un propósito y una red comunitaria. Forzadas a huir de sus países, estas personas ahora trabajan la tierra y, al hacerlo, no solo cultivan plantas, sino también esperanza.

En el parque Albany de Chicago, un lote urbano que solía estar vacío se ha convertido en un animado espacio de comunión y crecimiento. Se trata del lugar en el que prospera Global Garden Refugee Training Farm, un sitio en el que cientos de familias refugiadas han encontrado un propósito y una red comunitaria. Forzadas a huir de sus países, estas personas ahora trabajan la tierra y, al hacerlo, no solo cultivan plantas, sino también esperanza.

Para Celestine, una refugiada de Burundi, la agricultura es el hilo que une las distintas etapas de su vida: desde su infancia en Burundi, pasando por su llegada a un campamento de refugiados en Tanzania, hasta su reasentamiento en Estados Unidos.

Celestine, una refugiada de Burundi, riega las verduras que ha cultivado en su parcela en Global Garden Refugee Training Farm en Chicago, Illinois.

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard

Celestine, una refugiada de Burundi, riega las verduras que ha cultivado en su parcela en Global Garden Refugee Training Farm en Chicago, Illinois

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard
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"Enfrentamos muchos desafíos cuando huimos a Tanzania; por ejemplo, qué comer. Consumíamos alimentos que no eran saludables, pero, un par de años después, nos dieron un poco de tierra, una parcela en la que pudimos cultivar todo lo que necesitábamos", contó. Aun con las dificultades propias de haber huido de un conflicto y de haber sido reasentada en otro país, la agricultura, que le es muy grata y familiar, encendió una llama de resiliencia para Celestine.

En Chicago, Celestine cultiva los ingredientes que hacen parte de la tradicional cocina burundesa. Su lote colinda con aquellos de otras personas refugiadas que provienen de distintas partes del mundo. Desde 1975, Illinois se ha convertido en el nuevo hogar de refugiados de más de 60 países. Esta rica mezcla de nacionalidades converge en Global Garden Refugee Training Farm, donde trabajan en conjunto en la cosecha de productos agrícolas que son esenciales en cada cultura gastronómica. "Yo solía hacer este trabajo en mi lugar de origen", explicó Cristine.

Hayley LeRand, directora ejecutiva de Global Refugee Training Farm, en Chicago, Illinois. Esta granja ofrece a las personas refugiadas un espacio en el cual cultivar y vender vegetales.

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard

Hayley LeRand, directora ejecutiva de Global Refugee Training Farm, en Chicago, Illinois. Esta granja ofrece a las personas refugiadas un espacio en el cual cultivar y vender vegetales.

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard
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"Todas estas prácticas culturales, que son importantes para cada persona (como cultivar plantas medicinales, que también tienen relevancia en sus culturas), les ayudan a conservar un sentido de identidad en un país que no es el propio", explicó LeRand. La granja no solo abastece productos agrícolas poco comunes, sino que también es un espacio de intercambio cultural, pues propicia que Celestine y otras personas refugiadas compartan un poco de su lugar de origen con la comunidad a la que se acaban de integrar. "Con frecuencia tenemos clientes de otros países que no encuentran hojas de calabaza en el supermercado, pero saben que aquí sí la encontrarán", indicó LeRand.

LeRand también hace énfasis en el papel que desempeña la granja en la amalgama comunitaria, sobre todo entre personas que enfrentan barreras lingüísticas. "No es fácil entablar una amistad cuando no hablas la lengua. Sin embargo, aquí pueden compartir semillas y, de pronto, las semillas de quienes vienen de Myanmar van camino a las parcelas que gestionan quienes vienen de África", compartió, resaltando que una particularidad de la granja es que es un punto en el que convergen personas de distintos bagajes a través de la agricultura.

Personas refugiadas de Myanmar cosechan vegetales que han cultivado en sus parcelas en Global Garden Refugee Training Farm en Chicago, Illinois.

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard

Personas refugiadas de Myanmar cosechan vegetales que han cultivado en sus parcelas en Global Garden Refugee Training Farm en Chicago, Illinois.

© ACNUR/Jeoffrey Guillemard
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En 2023 fue evidente el éxito de la granja: el valor de los productos agrícolas "híper" locales superó los USD 100.000, por tanto, la comunidad tenía a su alcance alimentos saludables. La granja realiza donaciones a comedores comunitarios en el área; también vende productos frescos en mercados agrícolas semanales, lo cual permite que las familias refugiadas obtengan estabilidad financiera.

Al ofrecer parcelas, herramientas, semillas y capacitación, este proyecto aprovecha las fortalezas de las personas refugiadas, muchas de las cuales conocen la agricultura a cabalidad. La granja colabora con agencias para el reasentamiento y con organizaciones sin ánimo de lucro para que las personas refugiadas recién llegadas a Chicago conozcan el programa.

Las verduras que se cultivan y se cosechan en Global Garden Refugee Training Farm se ponen a la venta en el mercado agrícola de Portage Park.

© ACNUR/ Jeoffrey Guillemard

Este proyecto no solo fomenta la seguridad alimentaria, sino que también ofrece oportunidades económicas y una sensación de normalidad y autonomía, lo cual es de particular importancia para las personas refugiadas que enfrentan desafíos como encontrar un empleo estable y un lugar dónde vivir. Global Garden Refugee Training Farm ofrece un entorno favorable para que estas personas puedan poner en práctica sus habilidades y conocimientos no solo para lograr integrarse a la comunidad, sino también para hacer contribuciones en favor de esta.

"Además de ofrecer productos saludables, programas como este les permiten obtener ingresos adicionales para que puedan estabilizarse (también económicamente), así como integrarse a la comunidad", explicó LeRand.

El espíritu comunitario se traduce en alegrías y un sentido de pertenencia para Celestine y para otras personas refugiadas. "Me gusta este lugar porque, cuando me encuentro con otras personas, no necesariamente hablamos la misma lengua. Venimos de distintos países, así que no compartimos una lengua", comentó Celestine. "Si logramos entendernos, ¡genial!; si no, nos reímos. Por eso me gusta, porque no me siento sola".